Columna de Valentina Alazraki

De recuerdos y experiencias en el Vaticano

Septiembre 2019
Star News - De recuerdos y experiencias en el Vaticano

Hace unas semanas se celebró el octavo aniversario de la beatificación y el quinto aniversario de la canonización de Juan Pablo II, el papa que llegamos a sentir como “mexicano”, por el cariño enorme que le tenía a México y que demostró al visitarnos en cinco diferentes ocasiones.

Estos aniversarios me trajeron a la mente una enorme sorpresa, que representó para mí recibir una carta en la que me invitaban a ser testigo en su causa de beatificación. Como se podrán imaginar, no sabía lo que esto significaba.

Por el hecho de haber cubierto como corresponsal de Televisa su pontificado, desde el primero hasta el último día, y haberlo acompañado en cien de sus 104 viajes internacionales, la oficina de la postulación, encargada de estudiar su vida, sus obras y todo tipo de documentación consideró que yo podría dar un buen testimonio.

Las causas para que una persona pueda llegar a ser beata o santa son muy complejas. Ante todo, hay que demostrar que vivió todas las virtudes de una forma heroica, es decir extraordinaria. Los testigos pasan por largos interrogatorios; hay que responder a más de 120 preguntas relacionadas a lo que uno ha visto o escuchado acerca de la forma en la que el candidato a los altares vivió las diferentes virtudes, es decir; fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia, fortaleza, templanza, humildad, pobreza, castidad y obediencia.

Fue una gran experiencia porque descubrí que un periodista ve muchas más cosas de las que ve —posiblemente— un colaborador cercano o un guardia encargado de su seguridad. Si lo piensan, un guardia siempre mira a su alrededor, preocupado que de la multitud no salga un malintencionado, mientras que un periodista tiene la mirada puesta en el personaje sobre el que tiene que informar.

Trabajar para televisión, es además tener que estar viendo continuamente las imágenes en el momento de editar una nota, lo que te hace particularmente atento y sensible.

Escribí luego dos libros sobre la beatificación y la canonización de Juan Pablo II y tuve el privilegio de que me dejaran leer los relatos de los más de cien testimonios convocados. Fue una gran experiencia porque constaté que personas que no se conocían entre sí y que conocieron al papa polaco en diferentes momentos de su vida, coincidían en la percepción de su santidad personal.

Lo que me llamó la atención fue que mi testimonio sirvió para explicar la relación tan cercana, absolutamente transparente y limpia que Karol Wojtyla tuvo siempre con las mujeres; desde su juventud, cuando estudiaba teatro y se llevaba con las jóvenes actrices, o cuando como sacerdote se iba de excursión a la montaña o en canoa, con muchachos y muchachas.

Su mirada limpia y su absoluta normalidad y espontaneidad al tratar con las mujeres siempre me llamó la atención, porque en el Vaticano esta actitud no era de lo más común. Mi punto de vista fue diferente porque era el de una mujer laica, mientras que las demás testigos mujeres eran religiosas o enfermeras que lo habían asistido durante sus hospitalizaciones y que estaban concentradas en su estado de salud.

Cuando inicié mi carrera en el Vaticano, nunca me imaginé que duraría tantos años cubriendo a diferentes pontífices y menos aún que contribuiría con un granito de arena en una causa de beatificación, por lo que hoy muchos podemos decir que conocimos y fuimos queridos como mexicanos por un santo de nuestros días, un santo de carne y hueso.