La primer visita de S.S. Juan Pablo II a México marcó precedentes y fue el inicio de muchas anécdotas que contar y recordar.
Esta es la primera vez que subo a bordo de Star News. Como probablemente saben, no son precisamente las horas de vuelo, en sentido literal, que me faltan.
He tenido la enorme suerte de realizar ya 150 viajes siguiendo a tres papas, Juan Pablo II, Bendicto XVI y El papa Francisco, y hace muy poco se cumplieron 40 años desde la primer inolvidable visita de Juan Pablo II a México, una que lo marcó a él para siempre, a mí naturalmente y creo que a muchísimos mexicanos.
Ese fue el primer viaje de Juan Pablo II y también fue mi primer viaje. Subirme al avión papal no fue fácil, era una joven corresponsal al principio de su carrera, pero aún menos fácil fue hacer lo que mi jefe, el inolvidable Jacobo Zabludovsky, me pidió.
Podrán imaginarse mi cara cuando dos días antes de nuestra salida a México, me llamó por teléfono y sin muchos preámbulos me dijo: “Alazraki, me tienes que entrevistar al papa”. Casi me fui de espaldas. Sabía muy poco del Vaticano, pero lo que tenía totalmente claro era que los papas no daban entrevistas. Se lo dije muy tímidamente. Nada impresionado me dijo: “Bueno, chiquita, luego me cuentas cómo resolviste tu problema”.
Me quería morir. Pensé en mis adentros: “Qué bonito, debut y despedida, porque nunca podré entrevistarlo y perderé mi empleo”. No dormí durante toda la noche y finalmente, en la madrugada, mi juventud, mi creatividad mexicana y mi falta de conocimiento de las reglas del protocolo vaticano hicieron que me saliera con la mía.
Fui a casa de un amigo, le pedí su sombrero de charro, llamé al camarógrafo sin contarle mis intenciones —porque de conocerlas no habría ido— y nos fuimos al Vaticano.
Era miércoles y El papa tenía que celebrar la audiencia general, en la víspera de su viaje. Me escondí detrás de unas plantas al lado del Aula Pablo VI, con el sombrero y junto con el camarógrafo, que para ese momento ya se estaba poniendo pálido.
Cuando llegó el coche del papa, salí del escondite, prácticamente enrollada en el cable del micrófono y me encontré frente a la mirada horrorizada del Prefecto de la Casa Pontificia, un monseñor francés muy…”estirado” que dijo indignado: “Hasta dónde hemos llegado”.
En ese momento me sentí perdida, pero miré hacia Juan Pablo II, que tenía una enorme sonrísa como si ver a una joven pelirroja con un sombrero de charro, cámara y micrófono fuera pan de todos los días en los jardines del Vaticano. Esa sonrisa me dio valor y pensé: el que manda aquí es el polaco, no el francés. Así fue como realicé la primera entrevista a un papa.
Salí del Vaticano sintiéndome la mejor periodista del mundo, pero cuál sería mi decepción cuando el licenciado Zabludovsky, tras ver las imágenes me dijo: “Bueno, chiquita, mañana lo entrevistas de adeveras”.
Nunca entendí bien lo que significaba de adeveras, pero al día siguiente, en el avión, ahí me tuvieron de nuevo con cámara y micrófono. El papa pasó inesperadamente a saludarnos. Yo saqué valor y junto con el valor, saqué el micrófono.
Empecé preguntándole: “¿Cuál es su mayor ilusión al ir a México?” Lo pensó un segundo y muy seguro me dijo: “Guadalupe”. Le hice más preguntas, pero nunca que imaginé que todos mis compañeros harían lo mismo. Nació así, por la intuición de un gran maestro del periodismo, la primera rueda de prensa de un papa, y además a 10,000 metros de altura.
Feliz viaje si están volando y hasta la próxima.